viernes, noviembre 04, 2011

Tario furioso

Publiqué hace cinco años un texto sobre Aquí abajo, la primera novela de Francisco Tario que, se supone, acaba de ser reeditada por Conaculta, aunque no la he encontrado en librerías. El texto se incluyó en el libro colectivo Dos escritores secretos. Ensayos sobre Efrén Hernández y Francisco Tario (Tierra Adentro), compilado por Alejandro Toledo, y posteriormente en mi libro El sueño no es un refugio sino un arma. Lo recupero aquí, aunque sea un escrito aún bisoño y demasiado enfático.



TARIO FURIOSO

No es un panfleto. Se trata de un manifiesto íntimamente necesario, como es la escritura para los autores de su carácter: los irreductibles, los impetuosos y soliviantados. Son líneas de las más vivas y encolerizadas de la literatura de nuestra lengua. El acaso más perturbador de los escritores mexicanos dejó dicho:
«Y escribiré libros. Libros que paralizarán de terror a los hombres que tanto me odian; que les menguarán el apetito; que les espantarán el sueño; que trastornarán sus facultades y les emponzoñarán la sangre. Libros que expondrán con precisión inigualable lo grotesco de la muerte, lo execrable de la enfermedad, lo risible de la religión, lo mugroso de la familia y lo nauseabundo del amor, de la piedad, del patriotismo y de cualquier otra fe o mito. Libros, en fin, que estrangulen las conciencias, que aniquilen la salud, que sepulten los principios y trituren las verdades. Exaltaré la lujuria, el satanismo, la herejía, el vandalismo, la gula, el sacrilegio: todos los excesos y las obsesiones más sombrías, los vicios más abyectos, las aberraciones más tortuosas...»
Se trata del designio expresado por el personaje de un texto de ficción, pero —podríamos convenir en el punto siguiente sin escándalo de nadie— no se encuentra por mero e inofensivo azar en una página del primer libro de Francisco Tario. Como programa estético y vital, ese párrafo de «La noche de los cincuenta libros», del volumen de cuentos La noche (1943), vuelve a Tario —nacido en 1911 y muerto, si tal concepto es tolerable para el caso de un narrador de su aliento vigoroso, en 1977— un autor de nuestra época desencantada e iracunda.
La pregunta sin embargo no es sino una muy simple y a la vez injusta: ¿logró su fin Francisco Tario?
 
Tario en su futuro
 
Durante décadas su obra fue conocida por un puñado de lectores y no es sino hasta los últimos tiempos que críticos fieles lo han rescatado, invitando a las nuevas generaciones a acercarse a sus páginas. Pero hay más: apuesto a que el 2 de diciembre de 2011, al cumplirse el centenario del nacimiento de Francisco Peláez Vega, alias Francisco Tario, la maquinaria cultural de Los Rescatadores y Esculpidores Oficiales de Las Ovejas Negras de la Nación Mexicana se encargará de realizar un marmóreo Homenaje al antimarmóreo autor de Equinoccio (1947). Se harán mesas redondas y ciclos de conferencias en el Palacio de Bellas Artes y se publicarán compilaciones de ensayos críticos en torno de sus textos, además de que el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes del gobierno federal mexicano sacará a la luz la convocatoria de la Beca Centenario de Francisco Tario, que se otorgará durante un año al ensayista menor de 35 años que presente «el más interesante proyecto de un libro crítico sobre Tario». Incluso, la Universidad Nacional Autónoma de México en contubernio académico con El Colegio de México perpetrará un simposio donde se leerán —y, ¿puede creerse?, aplaudirán— ponencias con títulos como «Tario y Rulfo, ¿pre-posmodernos negadores/trastocadores de la mexicanidad?», «La cuentística de Tario a la luz de la teoría carnavalesca de Mijaíl Bajtín», «Ecos góticos de Horacio Walpole y Édgar Alán Po en Jardín secreto, de Francisco Tario», además de que el Fondo de Cultura Económica, la editorial veloz del Estado mexicano, pondrá a la venta la voluminosa edición en pasta dura de sus obras completas.
Excesivamente dudaría en afirmar que al escribir sus relatos, novelas, piezas teatrales y aforismos Francisco Tario lo hiciera teniendo en mente o ansiando ese despliegue de incienso póstumo. El hecho de que sus textos se sientan hoy y estén más vivos que los de muchos escritores contemporáneos, suyos y nuestros, que cultivaron y cultivan la vanidad, los premios, las medallas, las publicaciones y los aplausos, podría ser la señal que proclame una realidad digna de difusión más diáfana: que la escritura verdaderamente viva y necesaria a veces tarde y casi nunca temprano conoce su destino fértil en el ánimo de sus lectores, habitantes todos de esa patria ajena, ingrata: el futuro.
Pero entonces la pregunta pervive: ¿ha logrado Tario por fin el propósito enunciado en esa página furiosa de La noche?

El primer Tario y su novela imperfecta


De los libros publicados por nuestro autor durante la década del 40 han sido La noche y Equinoccio los depositarios hasta hoy de un miramiento crítico más atento y entusiasta. No lo desmerecen, por supuesto, pero en estas notas dispersas quiero detenerme en el Tario poco apreciado, el de su primera novela: Aquí abajo, salida a la luz el mismo año que La noche. Este acercamiento —original, según entiendo— habrá de permitir una respuesta posible, un porqué tentativo a la pregunta de las líneas previas.
Habría que hacer, antes que nada, una precisión importante: el Tario de los años cuarenta no es siempre, no es de forma cabal un autor fantástico. Al lado de «La noche de La Valse» o «La noche de Margaret Rose», que pueden recibir sin hesitaciones el rótulo clásico de fantásticos, conviven en La noche otros cuentos, tal vez más escalofriantes y logrados, que, salvo por el narrador, son de vena casi realista. «La noche del féretro», «La noche del loco», «La noche del traje», «La noche de la gallina» narran historias enmarcadas en un entorno social reconocible como «realista», pero lo trastocan y representan bajo tonos casi amenazantes debido a que el narrador o no es humano (es un féretro, un traje, una gallina) o no es racional (es un loco). Esta perspectiva distorsionada, casi esperpéntica —y que, ya metidos en la tarea feliz de lanzar etiquetas, podríamos llamar irrealista—, tiene un nexo axiomático con una intención de condena moral de la sociedad, a la manera de las sátiras swiftianas, del Cervantes de El licenciado Vidriera o de El doble dostoievskiano.
En La noche puede repararse en una suerte de, digamos, «antecedente» de Aquí abajo: el relato «La noche del indio», que propone una sediciosa inversión de la narrativa indigenista de esos años posrevolucionarios en México: el indio de este relato es Todos Los Indios, es decir, Ninguno, es decir: El Único; no es un Juan Pérez Jolote —no tiene siquiera nombre ni apellido—, y la profecía del final: «¡La fuerza está en ti, indio!... Es preciso hacer la revolución, amigo...», se cierne sobre el lector como una posibilidad siniestra de violencia.
Aquí abajo podría definirse como el más «realista» de los libros de Tario (y se trata en efecto de un camino que el autor abandonará en definitiva). Si se pidieran equivalencias vagas pero útiles, yo habría de afirmar que Aquí abajo pudo haber sido escrita por un Roberto Arlt con resentimientos sociales menos agudos y un mayor sentido de la irrealidad, un Georges Duhamel más agresivo contra los convencionalismos, un Fernando Vallejo menos egocéntrico en la exhibición de su arrebato o un Kenzaburo Oé menos maduro y sobrio en el dominio de la estructura novelística.
En Aquí abajo, desde el título nace la angustia. Se trata de la historia de la existencia «aquí abajo», sobre la tierra, de Antonino, un pobre diablo casado con una mujer hermosa y sensual, padre de dos hijos pequeños, trabajador responsable pero sin iniciativa. El drama inicial es la indisposición angustiada ante su papel en la sociedad —empleado y padre de familia—, que detona al conocer la infidelidad de su mujer con un primo de ella, un joven militar manco y prepotente. La historia en sí, plagio trasnochado de una Madame Bovary de Peralvillo, es sin embargo menos importante que el tenor de angustia metafísica del personaje. Es una incomodidad radical ya no con su papel en la sociedad, sino con la pasividad que debe caracterizar la aceptación de la existencia, aceptación sentida por el lector incluso más vejatoria por la condición misma de la voz narrativa en tercera persona que, a la manera usual en George Eliot, no tiene empacho en tirar sus netas metafísicas, en última instancia racionalizaciones superiores del estado mental de su personaje. Antonino no encuentra un lugar en el mundo, y el final de la novela no puede ser menos disolvente: su hijo muere, él asesina a un sacerdote y se desentiende (eso asumimos) de su mujer e hija. Al matar a una figura de autoridad y tomar con indiferencia el abandono de su esposa, el «irresponsable» Antonino parece hallar el sosiego finalmente.
Jardín secreto, la segunda y póstuma novela de Tario, es más lograda, con una estructura dramática más tensa y juiciosa y una atmósfera de locura y encierro a la altura de los relatos de Poe. Aquí abajo, por su parte, es un libro desigual, ripioso. Pero en ese carácter un tanto inhábil del narrador encuentro yo la vivacidad de Aquí abajo, un latido más belicoso que el de Jardín secreto y que delata un mundo interior agrio y convulso que, acaso, exigía una expresión artística impaciente, irascible, inevitablemente sucia e imperfecta. Incluso, el retrato de la sociedad mexicana de su tiempo es tan oblicuo e irrealista que se vuelve evidente sólo por la mención de lugares y calles (Iztapalapa, San Ángel, la Alameda, Peralvillo), debido a que el primordial propósito del narrador de esta novela es traducir la distorsionada y agónica percepción de Antonino.
Es éste, pues, un sendero creativo —hablo de la narrativa realista de corte psicológico— nunca retomado por Francisco Tario. Su originalidad y su perfil de ermitaño de las letras le exigieron evitar cualquier cercanía con la tendencia narrativa de esas décadas: el realismo ubicuo de la literatura mexicana que llevó incluso a no caer en la cuenta de que el autor supremo del siglo xx, Juan Rulfo, andaba en 1955 publicando una novela de estricto corte fantástico.
Más allá de eso, podría enunciarse una pregunta concreta: ¿qué sucedió en la vida de Tario que pueda explicar el hecho de que la rabia radical de La noche, Aquí abajo y Equinoccio se haya difuminado y no aparezca en Tapioca Inn ni en Una violeta de más? Esos tres primeros libros nacieron en una coyuntura social de guerra mayúscula en el mundo y de radicalización política en el país a fines de los años treinta y principios de los cuarenta, aunada a posibles circunstancias personales depresivas o exasperadas propias de la juventud. ¿Fueron acaso entonces la llegada de la madurez y el inicio de una vida conyugal y familiar —al parecer feliz en Acapulco— los motivos de que este proto-Céline mexicano se haya vuelto un narrador ya no furibundo, más bien contenido de relatos fantásticos?

La rabia como categoría estética

Aquí abajo no ha sido reeditada desde su publicación, hace ya casi 63 años (el colofón habla de noviembre de 1943). La recuperación de esta novela permitiría, vaya si no, tener otra perspectiva de la primera etapa literaria de nuestro autor. Más todavía: pienso que una revaloración de este volumen duro y agitado habría de autorizar un acercamiento diferente al párrafo de «La noche de los cincuenta libros» con que inicié este ensayo. En efecto, Aquí abajo fue una de las creaciones con las que el escritor Tario buscó avanzar en su estrategia de guerra contra las convenciones del mundo —familia, religión, patriotismo, piedad—; fracasó, por supuesto, pues el libro sigue a la espera de sus lectores y, por su parte, el mundo... bueno, del mundo qué podemos decir.
Podría decirse, sin embargo, que Tario tuvo también la virtud de no perpetuarse en la púber exhibición de la rabia. «Tario fue consecuente consigo mismo y supo callar en su momento, además de que no aceptó tomarse en serio sus libros», escribe Esther Seligson. Quizá el endulzamiento de su prosa fantástica, perceptible en Tapioca Inn y Una violeta de más, haya tenido como razón la necesidad de no insistir en un combate perdido de antemano, es decir, en una disputa que ya no tendría que ser luchada por él sino por sus lectores jóvenes, cuando quiera que éstos llegasen, quizá incluso 30 años después de su muerte. Seligson conjetura: «Quizá Tario sabía que no es menester traicionarse a sí mismo pues el libro es un ente vivo cuya trascendencia... depende... de la fidelidad y pasión de sus lectores».
La hora del Tario radical y rabioso ha llegado. Una causa por la que Tario se ha vuelto un escritor emblemático para la nueva generación de lectores se debe en mucho a su exploración fecunda de lo fantástico en una tierra literaria, se supone, poco acostumbrada a divorciarse enfáticamente del realismo coyuntural y político. Me atrevo a sugerir ahora otro motivo, uno que se volvería evidente en caso de una revaloración del primer Tario y de Aquí abajo: la identificación de los lectores jóvenes con la expresión literaria de la angustia, la rabia y el desencanto perceptibles en aquellos primeros libros del autor treintañero.
«Facit indignatio versum», escribió Juvenal en su sátira primera. Contrariamente, en Sobre el estilo, Demetrio el desparpajado señalaba con particular naïveté: «la indignación no necesita del arte, sino es preciso que en tales invectivas las palabras sean en cierto modo espontáneas y simples». En cualquier sentido, podemos decir que no es, por supuesto, la furia —como la legible en Aquí abajo un valor estético necesariamente superior o siquiera indispensable para conferirle mérito a una obra. Pero si me interesa resaltarlo se debe a que cada lector se encuentra a sí mismo en los libros que lo apasionan e intrigan. El caso de quien esto escribe ha sido el de una relectura embrujada de los textos del primer Tario. Esto se debe (acaso) en mucho a que la circunstancia mía y casi genérica de los lectores jóvenes de principios del siglo xxi en este país tan lleno de ubicua mierda podría definirse como la de un visceral desaliento y desasosiego, frutos del rechazo ante la falsedad insostenible de toda convención, fe, discurso, dogma o mito, sean éstos de índole social, política, religiosa, intelectual e incluso estrictamente personal. ¿...Qué tenemos realmente?
Un caos. Y la desesperanza.
Pues la desaparición del Estado nacional, el entorno de pobreza, violencia e injusticia, el desmoronamiento de las nociones de comunidad y familia y la exhibición ecuménica del descaro, la corrupción y el abuso en el orbe público vuelven la prosa inicial de Tario un lugar reconocible, un espejo exacto y obligatorio para los lectores impacientes de 2006.
El primer Tario está vivo porque transcribió en sus textos la realidad de su futuro, este hoy nuestro ennegrecido por la barbarie, la irrealidad y la zozobra. Pienso que Tario habrá de cumplir una y otra vez, nunca de forma definitiva y sin embargo siempre fértilmente, su propósito de guerra moral contra el mundo, sus imposturas y sus dogmas, cuando los lectores de estas generaciones desengañadas del oscuro nuevo milenio se acerquen por fin a su primera y aún viva y muy poderosa —si bien imperfecta— novela Aquí abajo.